YA QUEDA MENOS
Regreso a casa en estos días .Llegando a Hellín, en la lejanía, se escucha atronador un ruido estridente, indefinible y misterioso. Poco a poco me aproximo al casco urbano y se identifica el redoble de miles de tambores esparcidos por el centro de la ciudad.
Ya metido de lleno en el ambiente de la fiesta me encuentro con las peñas, cada una con su ritmo y compás, sólo escucho la explosión del sonido de fondo y los racataplan de los que más cercanos. A veces parece que me van a estallar los tímpanos. La magia y el ritmo actúan en mí induciéndome a una especie de trance. Como un bálsamo acústico, me acostumbro al sonoro toque de los tambores más próximos. Veo a hombres y mujeres, niños y ancianos, todos unificados por túnica negra y pañuelo rojo al cuello. Y tambores, muchos tambores. Tambores de todo tipo y condición, como las personas que los redoblan, tambores ricos, y pobres pequeños, grandes, antiguos, nuevos, modestos o muy elaborados.
Las personas se reflejan en sus tambores y toques. Toda una borrachera para los sentidos.
Veo las crucetas de guía, la trompeta, la bota y los tambores que forman el entramado clásico de las peñas; y la masa humana anárquica que deambula sin rumbo cierto, lentamente de una calle a otra, aliñando este conjunto con espíritu de diversión y amistad.
Esta tradición que se pierde en la profundidad de la historia , con generaciones detrás, pisando las mismas calles , sobre las mismas huellas de sus antepasados, tocan y tocan sin parar como liberación por algo que sucedió hace dos mil años. Casi a modo de oración.
Así lo vi hacer a algunos tamborileros frente a las imágenes pasionales en el Calvario; Anónimos, y con su “rezo” especial, directo y personal, mirándolos de frente y dedicándoles unos redobles a cada imagen. Me estremecí en esos momentos, y ahora al recordarlo.
Repongo fuerzas y descargo cansancio en una peña , y un tamborilero mayor me cuenta que el inicio o finalización de las tamborradas , lo marca tradicionalmente el principio o fin de las procesiones de esos días .Aunando tambor y procesión en un bloque indivisible de nuestra Semana Santa, y esa particularidad la hace tener la fuerza y grandeza que tiene.
Mientras tanto, caminando por las calles de Hellín salen a mi paso olores tradicionales de cocina típica de estos días, empanadillas, moje o panecicos dulces que salen de los hogares, convertidos en posadas y alojamiento de amigos y familiares venidos en estos días a revivir y disfrutar de sus raíces, a base de tambor, procesión y convivencia.
Vienen a mi recuerdo como destellos de luz, momentos y lugares que se quedan grabados en mi memoria. La subida a través de la huerta hellinera al Calvario, de los tamborileros como una mancha negra y roja serpenteando por el camino de las columnas y ,posteriormente ,transformada en serpiente multicolor al avanzar los nazarenos e imaginería en procesión.
Las tamborradas nocturnas de Manchas negras sobre piel blanca, casi espectrales , como fantasmas ahuyentando los malos augurios, haciendo un velatorio de sonido hasta la resurrección.
El Silencio sepulcral que precede al encuentro, y tras éste , el estallido de la multitud de redobles a la vez. El tránsito del Cristo de Medinaceli y los Azotes en un mar de tamborileros, el miércoles Santo, y tantos más que se agolpan en mi memoria.
Al acabar estos días de fiesta y tradición vuelvo a las obligaciones, dejo Hellín con cansancio físico y plenitud de espíritu, casi en silencio, esperando repetir la vivencia y experiencia de esos días la próxima primavera.
Ya queda menos.
MANUEL RUIZ